La selva ecuatoriana fue testigo de uno de los testimonios más luminosos de amor radical en el siglo XX. Sor Inés Arango, religiosa colombiana de las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, quien entregó su vida en 1987 en defensa de comunidades indígenas amenazadas por intereses externos. Hoy, casi cuatro décadas después, su historia resurge con fuerza, tras la firma por parte del Papa León XIV del decreto que la declara Venerable, camino hacia su beatificación. Su sacrificio no solo eleva su nombre, sino que ilumina el camino de quienes, como la Fundación Pontificia Internacional ACN, acompañan a la Iglesia necesitada con valentía, fe y caridad activa.
Un corazón consagrado en la selva
La vida de Sor Inés Arango no se entiende sin su entrega a la misión. Nacida en Medellín en 1937, encontró en la Amazonía ecuatoriana no solo un lugar de servicio, sino una escuela de amor extremo. Allí, junto al obispo Alejandro Labaka, vivió entre pueblos no contactados como los huaorani y los tagaeri, comunidades marginadas por el olvido estatal y acosadas por intereses económicos de grandes compañías. Su decisión de adentrarse en la selva, sabiendo los peligros que esto implicaba, fue un acto de coherencia evangélica: “Si muero, me voy feliz”, escribió antes de partir a su último viaje misionero.
El 21 de julio de 1987, Sor Inés fue asesinada con lanzas por indígenas, quienes los confundieron con extraños de las compañías petroleras. Murió intentando socorrer a Monseñor Labaka, quien ya había sido herido. La brutalidad del acto no eclipsa su legado; al contrario, lo ensalza. Su muerte fue reconocida por el Papa como “oblatio vitae”, una ofrenda voluntaria de vida por amor al prójimo. Una entrega que, más allá de la sangre, denuncia el olvido de los pueblos originarios y la indiferencia ante la vida humana cuando el lucro acecha.
ACN y la misión que no calla
La declaración de venerable a Sor Inés encuentra un eco profundo en el carisma de ACN: apoyar a los cristianos que sufren pobreza, discriminación o persecución por causa de su fe. La historia de esta mártir ‘paisa’ es un espejo del compromiso de la fundación pontificia, que en países como Colombia, Perú, Nigeria o Siria sigue financiando proyectos que fortalecen la misión pastoral de la Iglesia en contextos de fragilidad extrema. Así como Sor Inés cruzó los límites de su propia seguridad para llevar el Evangelio a las periferias, ACN cruza fronteras geográficas, políticas y culturales para llevar consuelo, Eucaristía y esperanza.
El sacrificio de Sor Inés enseña que la caridad no es filantropía, sino pasión por el Reino de Dios. Su entrega no fue un impulso, sino una larga preparación espiritual; su proceso de beatificación es un llamado amoroso a mirar hacia las periferias, no con lástima sino con respeto, como ella lo hizo con los indígenas de la Amazonía. También es una invitación a los benefactores de ACN a seguir siendo parte de esa misión viva y fecunda, en la que cada donativo es semilla de evangelización.
Un sí sin medida
“Dios lo sabe, no busco fama ni nombre”, escribió Sor Inés antes de morir. Hoy, la Iglesia sí pronuncia su nombre, no para glorificarla, sino para mostrar que el Evangelio sigue vivo en quienes aman hasta el extremo. La sangre de los mártires sigue siendo semilla de cristianos, y de esperanza para el mundo.
En Sor Inés, ACN reconoce una aliada espiritual, una maestra de entrega y una inspiración para su servicio pastoral. Su camino hacia la beatificación no es solo un hito para la Iglesia en Colombia, es también un recordatorio de que el sufrimiento de la Iglesia perseguida no es una tragedia aislada, sino un llamado a amar más, a dar más, a creer más, a quedarse, aunque cueste la vida.