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México: Un obispo que pastorea entre balas

Obispo de Chilpancingo

En uno de los estados más violentos de México, Guerrero, la fe sigue siendo el último refugio de un pueblo silenciado por el crimen organizado. En la diócesis de Chilpancingo-Chilapa, el obispo José de Jesús González vive su misión pastoral con una entrega que lo ha llevado, literalmente, a ponerse en la línea de fuego.

Monseñor González llegó a la diócesis hace tres años, tras 12 años en la prelatura del Nayar, donde su labor en comunidades indígenas ya lo había expuesto a graves peligros.

Apenas once meses después de su ordenación episcopal, sufrió un ataque armado:

“Íbamos tres en una camioneta y nos balearon. Disparaban a la cabeza, no a las llantas. Cuando vieron que éramos sacerdotes, pidieron disculpas. Me ofrecieron pagar los cristales rotos, pero lo importante es que no nos mandaron ‘al otro lado, con San Pedro’”, recuerda con humor durante su visita a la sede central de Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN), sin disimular la gravedad del momento.

Los criminales, al enterarse de que era el obispo, incluso le pidieron la bendición. Ese episodio marcó su ministerio: entender que su misión no solo incluye proteger a sus feligreses, sino también mirar con compasión a quienes viven en la violencia.

“Estos también son mis hijos aunque estén desorientados”, afirma.

Fue una experiencia dura, pero clave para comprender lo que Jesús espera de él como pastor en uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el sacerdocio:

“Si Él murió de amor por mí, yo debo morir de amor por los demás. Y ese ‘los demás’ incluye a todos, incluso a los verdugos”.

Una diócesis en un “Estado secuestrado”

En Guerrero, Mons. González describe un panorama de “Estado secuestrado” por el crimen organizado. Los grupos armados administran su propia justicia, recaudan dinero y han convertido amplias zonas en territorios sin ley oficial. La violencia se ha institucionalizado: carreteras controladas, extorsiones, desapariciones y asesinatos son parte de la vida cotidiana.

La Iglesia, explica a ACN, es vista como “la única voz que puede hablar por el pueblo”. Sin embargo, esa voz tiene un precio: sacerdotes y líderes comunitarios han sido asesinados por defender la justicia y la dignidad humana.

“Si no somos valientes, el pueblo llora… y llora Dios”, subraya el obispo.

El compromiso de la Iglesia no es solo espiritual. Mons. González, junto a otros obispos y sacerdotes, impulsa casas de escucha para madres que buscan a sus hijos desaparecidos, donde se les ofrece acompañamiento humano, apoyo jurídico y, sobre todo, un abrazo que les haga sentir que no están solas.

“Quieren sentirse parte de la Iglesia, protegidas. No pueden estar solas frente al lobo que las devora”, señala.

Seguir adelante: la fe como escudo y motor

En medio de la violencia, el obispo no oculta el riesgo. Ha visto morir a sacerdotes que trabajaban por la paz y sabe que él mismo está en la misma línea de fuego. Sin embargo, sigue recorriendo comunidades, celebrando misas, visitando familias y enfrentando el peligro cuando es necesario.

“La oración nos hace valientes para entrar en la refriega”, asegura.

Mons. González pide a todos, dentro y fuera de México, que recen por él y por su diócesis:

“Recen por nosotros. Dios no nos abandona, pero necesitamos su cercanía para seguir adelante”.

En los últimos años, ACN ha apoyado a la diócesis de Chilpancingo-Chilapa con diversos proyectos, como estipendios de misa para sacerdotes, reparaciones en un convento de religiosas y ayuda para la formación del clero.

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